San
Casimiro, Estado Aragua
En la mañana del
día viernes 18 de enero de 2018, aún en mi cuarto, haciendo el
orden cotidiano, suena el teléfono y al instante, mi hija Waiki,
sube en tropel las escaleras y me notifica el fallecimiento de mi tío
Miguel Antonio Moreno Bernal, hermano menor de mi madre. Me quedé
muda, inmutable, llegaron a mi mente todas las tertulias que
gustosamente disfrutábamos, recordé el porqué de su nombre que se
lo otorgó mi abuela, Luisa Antonia Bernal, la mujer que lo parió a
manos de una comadrona, que según el relato de mi mamá, le cortó
el cordón umbilical con la uña del pulgar, larga y negra, llena de
mugre, pues.
Al presentarse los dolores de aquel parto, que no
era el primero, Luisa Antonia, mandó a buscar a la partera, que
debió ser Ambrosia Carranza, por la cercanía a la casa y porque a
ella le pedían la bendición mis tías y mi mamá: “corre a buscar
a la comadrona que ya viene este muchacho”; mi abuelo, Luis Mateo
Moreno, se encontraba a la expectativa de lo que estaba por llegar:
una hembra o un varón, pues ya tenían 3 niñas y aunque había
nacido Ramón Emilio entre ellas, en el último alumbramiento llegó
una nena y él, molesto, expresó: “¡otra raja más!”; mi abuela
dolida, no lo dejaba ver ni tocar a la pequeña por el desprecio
inicial y al dar a luz esta última cría se sintió con la autonomía
y el derecho de colocarle ella el nombre: “Miguel Antonio”.
Me contó mi propio tío, que el nombre fue en
honor al hermano mayor de mi abuela, se llamaba Miguel Antonio
Bernal, quien después del abandono obligado de su padre, Matías
Bernal, y la temprana muerte de su madre, Pascuala Jacote, criaron
juntos a sus hermanos pequeños. Y digo el abandono obligado, porque
el abuelo Matías debió irse a otras tierras por la guerra que en
esos tiempos se desarrollaba y lo forzaba a dar lo que tenía en su
pequeña bodega. Quizá esa partida sin retorno entristeció a la
abuela Pascuala que murió muy joven, dejando a sus criaturas
prácticamente desvalidas, dos de esos pequeños murieron de
enfermedades que no sé cuales fueron, de hecho no sabía de ellos
hasta después del fallecimiento de mi tío Miguel; esos hermanitos
eran Casimiro y Carlos Bernal.
Miguel Bernal tenía un arreo de burros y con
ellos hacía traslado de mercancías de los campos al pueblo,
comerciaba y prestaba el servicio de transporte a quien lo
solicitara. Las condiciones de trabajo eran muy rudas: sol
inclemente, fuertes aguaceros y la necesidad de llevar el sustento a
su familia, hicieron que enfermara, se contagió de tuberculosis.
Luisa Antonia, lo cuidó con dedicación y esmero hasta la hora de su
muerte, sin remilgos, ni quejas, ni miedo al contagio de aquella
fatal enfermedad. Aquella mujer blanquísima como leche, con ojos
claro, algo así como verdes, de baja estatura y fina figura,
mostraba coraje, entereza, valentía y fuerza para sostener a aquel
hombre enfermo que amaba con locura.
Partió y en esas horas de dolor y angustia se
presenta a su vida con aires de conquista aquel caballero, moreno de
ojos grandes, hijo de una india, Luis Mateo Moreno, quien le ofrece
matrimonio: “¡Luisa, vamos a casarnos y criamos juntos a esos
muchachos!”; Julián y Lorenzo. Julián, blanco como la luna y de
ojos color cielo, y Lorenzo, moreno con ojos verde oliva. Ella no
tenía planes de casarse, estaba negada a ello, pero por consejo de
una señora amiga que le muestra el buen hombre que era Mateo, accede
a contraer nupcias obligada por todas las condiciones adversas que le
acontecieron.
Mi tío contaba a la hora de su partida a otro
plano, con 80 años ya, por lo que esos acontecimientos de su llegada
al mundo eran en aquella Venezuela rural e incipiente como productora
petrolera. Para ese momento San Casimiro no contaba con luz
eléctrica, solo algunas familias con mayor poder adquisitivo tenían
iluminación por tuberías de cobre con carburo, esta misma se
utilizaba en los faroles de las calles; mi madre me contaba que un
hombre, pagado por el gobierno, pasaba por las calles con una lámpara
de carburo y pregonaba: “son las nueve y sereno”, a esa hora
apagaba los faroles y ese pregón indicaba el tiempo y que no había
ninguna novedad.
Miguel tuvo una infancia muy creativa con la
elaboración de papagayos que hacía con papel de seda de múltiples
colores y los pegaba con tarare (una fruta de un árbol que se usaba
para pegar), empleaba cañas veradas para la estructura, comenzó con
cometas y siguió con papagayos de grandes tamaños que voló primero
con pabilo y luego con guaral, y que la bola de aquel cordel era
inmensa entre sus manos porque le permitía remontarlos más lejos.
Dicen algunos (que para la época eran niños menores que él,
impresionados por sus hazañas) que los llegaba hasta el cerro
Camburito, uno de los más altos de la población, teniendo en cuenta
que San Casimiro es un valle. Además de que disfrutaba volarlos,
exhibía su atractivo, que le permitía venderlos; hasta de noche
llegó a volar papagayos con luces que les instaló con esa
creatividad que poseía.
Él se caracterizaba por ser emprendedor con
cualquier cosa que se le ocurriera, también tuvo una bicicleta que
le regaló mi tío Ramón Emilio, su hermano mayor que ya era cura.
Esa bicicleta no la prestaba, la alquilaba por vuelticas; le gustaba
el cine y fue uno de los primeros en hacer sus propias películas,
dibujito por dibujito, que luego proyectaba en una caja de cartón
con una velita. Para esas proyecciones cobraba por entrada cuando las
muchachas de la cuadra no hacían las famosas veladas (actos
culturales que improvisaban en los patios de las casas con teatro,
baile y declamaciones, entre otras).
Poco después de la muerte
de su padre, mi tío se traslada a Caracas a estudiar en la Escuela
Técnica que funcionaba en los galpones que ahora son de la
Universidad Central de Venezuela, de las escuelas técnicas que
fueron cerradas en 1969 por el Presidente Caldera. Con ese interés y
mística para hacer todo cuanto se proponía, se hace electricista,
pero se dedica a su trabajo de servicio de casa en casa con la
Lavandería y Tintorería “Envasi” en la Avenida Nueva Granada,
que luego pasó a ser Lavandería y Tintorería Caracas, y más tarde
“La Primera”. Allí en Caracas contrae matrimonio y funda su
familia. Vivía en Mecedores hasta que logra construir su casa en las
cercanías de Santa Teresa del Tuy, manteniendo residencia en esa
parte de La Pastora. Tuvo 5 hijos: José Miguel, José Antonio, Luis,
Carola y Elizabeth.
Con su trabajo y dedicación, mi tío Miguel se
convierte para mi abuela Luisa Antonia y mis tías Bibia y Nieve
(hermanas menores) en ese protector que fue aquel Miguel Antonio
Bernal, pendiente de todo y cuanto tenía que ver con el
sostenimiento del hogar. Mis recuerdos de niña en esa casa de mi
Machita (mamá Luisa) es la alegría de que “va a llegar Miguel”,
o la autoridad que eso suponía. Las navidades con él marcaron el
ser de todos nosotros, sus sobrinos: el pesebre que hacía junto a mi
tía Bibia en la sala de estar con tantos detalles, hasta con agua
que corría; en ese lugar se lucían los muebles de la época de los
años 70 de color blanco y azul, donde también estaba el picó y
cada navidad y año nuevo se oía el mosaico de moda de La Billo's
Caracas Boys, allí me sentaba a escuchar lo que pasaban en Sábado
Sensacional y a ver como mi tío disfrutaba de la música que tanto
le apasionaba.
Eran frecuentes en nuestras tertulias cuando
venía de visita: el gusto por la Sonora Ponceña, la Sonora
Matancera, entre tantas otras orquestas y cantantes. Tenía
colecciones que disfrutaba constantemente y eran motivo de conversa e
intercambio con sus amigos de aquí de San Casimiro.
Extrañaré mucho a mi tío con sus
conversaciones del tiempo de Pérez Jiménez, la Caracas de los
techos rojos, la política actual y la de antes, sus retornos al
pueblo el 1 de enero, el día de San Casimiro, el domingo de Ramos y
hasta el miércoles Santo, el día de las madres, de los santos
difuntos y para los cumpleaños de mi mamá y las tías. En esas
visitas no dejaba de saludar a sus familiares, hermanas, primas,
sobrinos y amigos. A todos veía, dando siempre muestra de la
importancia por la unión familiar, que heredó de su progenitora
Luisa Antonia, mi Machita.
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