viernes, 30 de noviembre de 2018

LA PARTIDA DE MI TÍO MIGUEL



San Casimiro, Estado Aragua


En la mañana del día viernes 18 de enero de 2018, aún en mi cuarto, haciendo el orden cotidiano, suena el teléfono y al instante, mi hija Waiki, sube en tropel las escaleras y me notifica el fallecimiento de mi tío Miguel Antonio Moreno Bernal, hermano menor de mi madre. Me quedé muda, inmutable, llegaron a mi mente todas las tertulias que gustosamente disfrutábamos, recordé el porqué de su nombre que se lo otorgó mi abuela, Luisa Antonia Bernal, la mujer que lo parió a manos de una comadrona, que según el relato de mi mamá, le cortó el cordón umbilical con la uña del pulgar, larga y negra, llena de mugre, pues.

Al presentarse los dolores de aquel parto, que no era el primero, Luisa Antonia, mandó a buscar a la partera, que debió ser Ambrosia Carranza, por la cercanía a la casa y porque a ella le pedían la bendición mis tías y mi mamá: “corre a buscar a la comadrona que ya viene este muchacho”; mi abuelo, Luis Mateo Moreno, se encontraba a la expectativa de lo que estaba por llegar: una hembra o un varón, pues ya tenían 3 niñas y aunque había nacido Ramón Emilio entre ellas, en el último alumbramiento llegó una nena y él, molesto, expresó: “¡otra raja más!”; mi abuela dolida, no lo dejaba ver ni tocar a la pequeña por el desprecio inicial y al dar a luz esta última cría se sintió con la autonomía y el derecho de colocarle ella el nombre: “Miguel Antonio”.


Me contó mi propio tío, que el nombre fue en honor al hermano mayor de mi abuela, se llamaba Miguel Antonio Bernal, quien después del abandono obligado de su padre, Matías Bernal, y la temprana muerte de su madre, Pascuala Jacote, criaron juntos a sus hermanos pequeños. Y digo el abandono obligado, porque el abuelo Matías debió irse a otras tierras por la guerra que en esos tiempos se desarrollaba y lo forzaba a dar lo que tenía en su pequeña bodega. Quizá esa partida sin retorno entristeció a la abuela Pascuala que murió muy joven, dejando a sus criaturas prácticamente desvalidas, dos de esos pequeños murieron de enfermedades que no sé cuales fueron, de hecho no sabía de ellos hasta después del fallecimiento de mi tío Miguel; esos hermanitos eran Casimiro y Carlos Bernal.


Miguel Bernal tenía un arreo de burros y con ellos hacía traslado de mercancías de los campos al pueblo, comerciaba y prestaba el servicio de transporte a quien lo solicitara. Las condiciones de trabajo eran muy rudas: sol inclemente, fuertes aguaceros y la necesidad de llevar el sustento a su familia, hicieron que enfermara, se contagió de tuberculosis. Luisa Antonia, lo cuidó con dedicación y esmero hasta la hora de su muerte, sin remilgos, ni quejas, ni miedo al contagio de aquella fatal enfermedad. Aquella mujer blanquísima como leche, con ojos claro, algo así como verdes, de baja estatura y fina figura, mostraba coraje, entereza, valentía y fuerza para sostener a aquel hombre enfermo que amaba con locura. 


Partió y en esas horas de dolor y angustia se presenta a su vida con aires de conquista aquel caballero, moreno de ojos grandes, hijo de una india, Luis Mateo Moreno, quien le ofrece matrimonio: “¡Luisa, vamos a casarnos y criamos juntos a esos muchachos!”; Julián y Lorenzo. Julián, blanco como la luna y de ojos color cielo, y Lorenzo, moreno con ojos verde oliva. Ella no tenía planes de casarse, estaba negada a ello, pero por consejo de una señora amiga que le muestra el buen hombre que era Mateo, accede a contraer nupcias obligada por todas las condiciones adversas que le acontecieron.


Mi tío contaba a la hora de su partida a otro plano, con 80 años ya, por lo que esos acontecimientos de su llegada al mundo eran en aquella Venezuela rural e incipiente como productora petrolera. Para ese momento San Casimiro no contaba con luz eléctrica, solo algunas familias con mayor poder adquisitivo tenían iluminación por tuberías de cobre con carburo, esta misma se utilizaba en los faroles de las calles; mi madre me contaba que un hombre, pagado por el gobierno, pasaba por las calles con una lámpara de carburo y pregonaba: “son las nueve y sereno”, a esa hora apagaba los faroles y ese pregón indicaba el tiempo y que no había ninguna novedad.


Miguel tuvo una infancia muy creativa con la elaboración de papagayos que hacía con papel de seda de múltiples colores y los pegaba con tarare (una fruta de un árbol que se usaba para pegar), empleaba cañas veradas para la estructura, comenzó con cometas y siguió con papagayos de grandes tamaños que voló primero con pabilo y luego con guaral, y que la bola de aquel cordel era inmensa entre sus manos porque le permitía remontarlos más lejos. Dicen algunos (que para la época eran niños menores que él, impresionados por sus hazañas) que los llegaba hasta el cerro Camburito, uno de los más altos de la población, teniendo en cuenta que San Casimiro es un valle. Además de que disfrutaba volarlos, exhibía su atractivo, que le permitía venderlos; hasta de noche llegó a volar papagayos con luces que les instaló con esa creatividad que poseía. 


Él se caracterizaba por ser emprendedor con cualquier cosa que se le ocurriera, también tuvo una bicicleta que le regaló mi tío Ramón Emilio, su hermano mayor que ya era cura. Esa bicicleta no la prestaba, la alquilaba por vuelticas; le gustaba el cine y fue uno de los primeros en hacer sus propias películas, dibujito por dibujito, que luego proyectaba en una caja de cartón con una velita. Para esas proyecciones cobraba por entrada cuando las muchachas de la cuadra no hacían las famosas veladas (actos culturales que improvisaban en los patios de las casas con teatro, baile y declamaciones, entre otras).


Poco después de la muerte de su padre, mi tío se traslada a Caracas a estudiar en la Escuela Técnica que funcionaba en los galpones que ahora son de la Universidad Central de Venezuela, de las escuelas técnicas que fueron cerradas en 1969 por el Presidente Caldera. Con ese interés y mística para hacer todo cuanto se proponía, se hace electricista, pero se dedica a su trabajo de servicio de casa en casa con la Lavandería y Tintorería “Envasi” en la Avenida Nueva Granada, que luego pasó a ser Lavandería y Tintorería Caracas, y más tarde “La Primera”. Allí en Caracas contrae matrimonio y funda su familia. Vivía en Mecedores hasta que logra construir su casa en las cercanías de Santa Teresa del Tuy, manteniendo residencia en esa parte de La Pastora. Tuvo 5 hijos: José Miguel, José Antonio, Luis, Carola y Elizabeth.


Con su trabajo y dedicación, mi tío Miguel se convierte para mi abuela Luisa Antonia y mis tías Bibia y Nieve (hermanas menores) en ese protector que fue aquel Miguel Antonio Bernal, pendiente de todo y cuanto tenía que ver con el sostenimiento del hogar. Mis recuerdos de niña en esa casa de mi Machita (mamá Luisa) es la alegría de que “va a llegar Miguel”, o la autoridad que eso suponía. Las navidades con él marcaron el ser de todos nosotros, sus sobrinos: el pesebre que hacía junto a mi tía Bibia en la sala de estar con tantos detalles, hasta con agua que corría; en ese lugar se lucían los muebles de la época de los años 70 de color blanco y azul, donde también estaba el picó y cada navidad y año nuevo se oía el mosaico de moda de La Billo's Caracas Boys, allí me sentaba a escuchar lo que pasaban en Sábado Sensacional y a ver como mi tío disfrutaba de la música que tanto le apasionaba.


Eran frecuentes en nuestras tertulias cuando venía de visita: el gusto por la Sonora Ponceña, la Sonora Matancera, entre tantas otras orquestas y cantantes. Tenía colecciones que disfrutaba constantemente y eran motivo de conversa e intercambio con sus amigos de aquí de San Casimiro.


Extrañaré mucho a mi tío con sus conversaciones del tiempo de Pérez Jiménez, la Caracas de los techos rojos, la política actual y la de antes, sus retornos al pueblo el 1 de enero, el día de San Casimiro, el domingo de Ramos y hasta el miércoles Santo, el día de las madres, de los santos difuntos y para los cumpleaños de mi mamá y las tías. En esas visitas no dejaba de saludar a sus familiares, hermanas, primas, sobrinos y amigos. A todos veía, dando siempre muestra de la importancia por la unión familiar, que heredó de su progenitora Luisa Antonia, mi Machita.

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