Isaloren Quintero
Bernal
Ocumare del Tuy
El Niño Quintero es
un hombre con una memoria excepcional. Tapicero y pescador, sus
cuentos y relatos nutrieron la fantasía de sus cuatro hijas e hijos.
Una de ellas con gusto por reivindicar la historia de su propio
género se empeñó un día en honrar a aquellas mujeres que su padre
le nombraba.
A estas alturas de
la historia no está en discusión el aporte y trabajo de las
mujeres. Sin adentrarnos en las profundidades teóricas de las
categorías marxistas, las mujeres desde siempre han trabajado; han
trabajado muchísimo y sigue siendo poco el re-conocimiento de las
características, formas y modos de realizarlo, así como del de sus
aportes a la construcción de la humanidad. En el Valle del Tuy, así
como en la mayoría de los pueblos de Venezuela, a finales del Siglo
XIX y principios del Siglo XX las mujeres trabajaban para recibir
alguna remuneración y se ocupaban de las tareas “tradicionales”
asignadas social y culturalmente. Este trabajo podía ser en áreas
de la pequeña manufactura (tejer capellá, atarrayas, sombreros,
cestería en general), el comercio (venta de dulces, comidas, coronas
de flores) y servicios (lavar y planchar a domicilio, cuidar niñas,
niños, adultas y adultos mayores).
Se mantenía así la
división de funciones de la reproducción y mantenimiento de la vida
doméstica, lo cual no eximía a las mujeres de “ayudar” en
actividades más pesadas como la agricultura, criar y beneficiar
ganado, criar pollos y cerdos, entre otras. Muchas de estas faenas si
bien las realizaban las mujeres solas, cada una en sus confines
domésticos, muchas tareas como lavar, pilar el maíz y tejer
alpargatas las realizaban juntas, no como colectivos (lamentablemente
nunca ha sido generalizado el concepto de trabajo colectivo para
aliviar nuestras cargas domésticas, por ejemplo, lavanderías
comunitarias, masificación del cuidado de niñas, niños, enfermos),
pero sí congregadas en espacios comunes.
Así pues, era usual
que grupos de mujeres se reunieran a lavar en el río Ocumarito o en
la quebrada de Aragüita, en el paso que llamaban “Los Nísperos”,
a la altura del puente de la actual avenida Miranda donde están hoy
“Las Monjas”, o las Hermanas del Santo Ángel que construyeron
allí un colegio hace más de 50 años. En estos espacios las mujeres
se concentraban con sus energías, sus fuerzas transformadoras y sus
cuentos. Cada una, en sus espacios, pero juntas en la solidaridad de
la pregunta – ¿y cómo sigue Doña Juana? – y me enteré de que
la hija de Misia Ana parió ayer; – ¿fulana, y te prendió la mata
e’ sábila que te llevé?, mujeres, jóvenes, adultas, mayores,
casadas o solteras, diferentes y diversas, igualadas en la
desigualdad.
Son incalculables
las horas de trabajo y faena de las mujeres. Desde las 5 de la
madrugada, antes del despertar de los sueños, ya las mujeres estaban
ajilaítas
y en volandillas
para tejer capellá, cocinar dulces capaces de enamorar los paladares
más exigentes, amasar el “pan de horno” o para ir a comprar el
maíz ya molido o el nepe para los cochinos en alguno de los pilones
que existían para la época, el más antiguo de estos era el de
Marcelino Alba, ubicado en Sabana de la Cruz, también estaba el de
Narciso Barroso ubicado en Los Mamones, hoy calle El Calvario o el de
“El Gordo” Betancourt ubicado en la llamada “Bajada de la
máquina”, hoy avenida Miranda.
Las mujeres no
pretendemos ser mártires o ser víctimas, nos reivindica el trabajo
realizado, permanente, sistemático, constante. Son muchas, infinitas
mujeres laboriosas y afanadas que con su trabajo cotidiano y
hacendoso fueron fundamentales en la construcción del pueblo. Rendir
homenaje a estas mujeres y a sus faenas es aún una deuda con la
historia contemporánea de nuestra región. Necesario es la
sistematización en cada pueblo de estas mujeres. Consciente del
riesgo que supone dejar a muchas por fuera, humildemente y gracias a
la memoria de mi padre el ‘Niño’ Quintero que guarda los
recuerdos de los cuentos de su madre Ysabel Ramona Panza y de su
abuela Ysabel Patricia Segunda Panza Castro, me atrevo a recordar en
este momento a estas mujeres de Ocumare del Tuy…
Ana
María Delgado de Sánchez, Misia Mercedes de Pérez, Rosa Peña,
Dilia Piñero, Zulay de Benedetto, Nerida Arocha, Ysabel de Díaz,
Yolanda Rodil, Pilar de Herrera, Yolanda de Centrella, Elvia Cruz
de Dávila.
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Maestras
y/o Profesoras
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Señorita
Clarita Sarmiento
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Maestra
de Catecismo y de primeras letras.
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Cheche
de Rodríguez
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Secretaria,
administradora, síndico del concejo municipal
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Celia
Bosque de Graterol
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Ecónoma
del Grupo Escolar Miranda. Presidenta del Consejo Municipal.
Prefecta.
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Mercedes
Castro
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Vendía
kerosene y carbón, en la bajada de la calle Bolívar.
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Srtas.
Ana y Adela Martínez
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Rezanderas.
Dulceras (famosas melcochas)
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Encarnación
Díaz
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Hacedora
de las conservas de sidra
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Eulalia
Troya, Columba Toro
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Cantantes
de fulía.
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Negra
Juana
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Doméstica
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Delia
Rondón, Ysabelita Panza, Anita Panza, Panchita Lara, Adelita
Bermúdez
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Alpargateras
y tejedoras de capellá
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Encarnación
Colmenares
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Bailadora
de tambor
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Misia
Luisa y Julita Martínez
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Dueñas
de una fábrica de dulces criollos (famoso suspiro y bizcochuelo)
en Sabana de la Cruz
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Adela
Aparicio
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Hacedora
del Pan de Horno
|
Luz
Rada
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Costurera
de El Palmar
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Petra
Prin
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Tía
de Pancho Prin cantante de música tuyera. Dueña de un bar a la
orilla del río Ocumarito
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Pompeya,
Agüeda
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Parteras
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Margarita
Machillanda, Rosa Solórzano, Solita Cario
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Hacedoras
de arepitas dulces para las misas de aguinaldos
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Rosa
Linares
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Enfermera
más vieja del pueblo.
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Ysabel
Panza
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Repartidora
de cartas del sector Sabana de la Cruz. Curandera espiritual.
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Celestina
Infante y Leonor Infante
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Realizaban
dulcería criolla: conservas y pan de horno
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Silviana
Morín Infante, Evelia Aparicio, Gladys Reyes
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Enfermeras
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Evelia
Bernal, Catalina Ramírez
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Bedeles
de la Escuela Artesanal.
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A todas ellas, que
entregaron sus fuerzas, gastaron sus huesos y nos dejaron su
sabiduría, a ellas nuestro reconocimiento, algunas aún viven y
siguen tejiendo con sus recuerdos, nuestra propia historia…
Testimonios:
Pedro
Arnaldo Quintero Panza, Tapicero 63 años: “Las
mujeres iban a molé, a la pilá el maí, primero en que Marcelino
Alba, que estaba en Sabana e la Cruz, los de Sabana e la Cruz, eso
fue por ahí en los años 50 y iban a pilar también los del pueblo
por aquí a la bajá e la maquina, que ahora es la avenida Miranda,
que ahí estaba Bentancul, uno que era goldísimo, el hombre más
goldo que había en Ocumare y ahí trabajaba Julián Martínez que
era el esposo de mi aguela puej y yo iba pa’alla a llevarle la
comía, y yo me acueldo que yo tenía 7-8 años y iba pa’alla a
buscá nepe (…) las mujeres iban pal río, pa’ Araguita arriba,
onde están las monjas, ahí estaba el río que estaba más clarito,
iban esas mujeres a lavá la ropa, iban pa’ Marare también, mi tía
Anita iba pa’ Mararito con las muchachas que estaban pequeñas en
aquella época, así era la vida de antes.
Testimonio:
Mi
nombre es María Panza, edad 74 años, ocumareña 100%, un relato muy
breve de nuestras madres, abuelas y bisabuelas (…) las tareas del
hogar muy difícil, lavaban en río, cocinaban en fogón de leña,
planchar con plancha e carbón y todavía quedaba tiempo para la
familia y atender el conuco, cosecha que clasificaban para la venta o
el trueque en la bodega y lo demás consumo del hogar… luchadora no
solo en el hogar y el campo, sino también en la política, muy
guerreras y con muy muy buenos valores que le transmitían a los
hijos [nos decían] “respeto y convivencia” y excelentes, dejaron
excelentes hombres y mujeres de bien.
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