📝 Vidal Alvillar Andazol
Maracaibo
Un día de mi niñez, corría el año de 1958 de lo cual no preciso mes, pero era una media mañana cuando iba a la tienda a comprar el ‘mandao’ encargado por mi madre. Aunque al cruzar la esquina de la calle que terminaba en la avenida Los Postes Negros, vi un montón de gente, sin embargo, no presté la atención debida para saber a qué se debía, todavía no alcanzaba ni en pensar en dar relevancia a las lides del chismorreo. Ese día, un hecho trascendental para el joven barrio San José daría inicio a los primeros pasos para el desarrollo y bienestar socio-educativo de esta populosa barriada de Maracaibo.
La Cumarebera era la tienda destino en la cual debía comprar, justo a unos veinticinco metros distante de la esquina de la calle de la cual salí y a unos catorce de la esquina contraria que daba paso a la calle Falcón, calle que se tendía a buen trecho abarcando ya casi su totalidad a lo que es su recorrido actualmente. Contrario a la calle de la cual solíamos salir los que íbamos hacia la tienda o con destino al centro (centro no como un punto geográfico equidistante sino más bien al lugar de enclave comercial donde la población maracaibera va de compras, denominación del imaginario colectivo que todavía pervive en los maracuchos), calle apenas en ciernes que todavía no se le había impuesto un nombre (tendría para ese entonces unos doscientos metros de longitud y yendo en sentido norte sur se encontraba taponeada por una casa, donde creo debí haber nacido). Esa calle después la conoceríamos -hasta la fecha- como La Calle Nueva.
Al salir de la tienda, ya el gentío era mayor. Alguien hablaba y le secundaban aplausos, mi curiosidad me hizo apostarme en un sitio de mejor visión. Con cierta dificultad por tener una mano ocupada con el ‘mandao’ comprado, trepé la cerca de la casa situada en toda la esquina de la incipiente calle a coger para regresar a la casa, tenía que averiguar que pasaba y por ello debía mirar sobre el gentío presente, así que ya horqueteado en la baranda de la cerca apenas pude divisar el rostro del hombre que hablaba y a quien todas las personas allí aplaudían.
Barrio San José ya comenzaba en esa época, un tercer oleaje de pobladores que lo seguían conformando, por tanto, la población del barrio crecía. Las familias que querían establecer un hogar en este barrio, por lo general eran numerosas pues con ellas venían hermanos, hermanas, tías, tíos, abuelos, abuelas, hijas e hijos, primos, primas, sobrinas, sobrinos. Que también significaba un considerable porcentaje de población en edad para la escuela y ya la modesta Escuela Democracia -casi al final de la calle Falcón- no daba abasto para atender esa población escolar que cada vez iba en aumento.
De tal suerte que el maestro Torres con algunos vecinos, entre ellos Ramón Aguilar (Ramoncito como le llamaban) y Antonio Barreto, comenzaron a trabajar sobre la idea de una infraestructura acorde que albergara esa ingente población escolar que ya no podía ser contenida en “la gallera” como llamaban algunos vecinos a la Escuela Democracia; remoquete que quizás se debió al bullicio que la chiquillada producía a la hora del recreo molestando a vecinos muy contiguos a la casa que servía de escuela o porque en principio, antes de poner en funcionamiento allí una escuela, su dueño la ocupaba -al decir de muchos- para la riña de gallos.
Precisamente ese día, el alboroto del cual por mi curiosidad estaba siendo participe –que me costó un buen regañón y jalón de orejas por la tardanza en llevar el ‘mandao’- era producto de las gestiones que con antelación se habían avocado un grupo de vecinos liderados por el maestro Torres, Ramoncito y Barreto.
Para el barrio San José era algo inédito, el primer acontecimiento trascendental digno para inscribirse en la historia de nuestro barrio y no solo por el hecho de colocar la primera piedra en un lote de terreno que de pertenecer al Hato Cojoro pasaba a bien nacional para la edificación de un plantel educativo, sino también -y de mayor algarabía- por el personaje que colocaba esa primera piedra. Nada menos quien fungía como Primer Mandatario Nacional.
Fue al mismísimo vicealmirante Wolfgang Larrazábal, presidente de la junta de gobierno que derrocó al general Marcos Pérez Jiménez, a quien avisté cuando me encontraba en horqueta en esa cerca. Por supuesto, nada sabía del preponderante personaje que medio alcanzaba ver. Mi despreocupada vida de niño no estaba para las vivas y fervorosas lisonjas a personeros notables, por lo que, sin tomar conciencia de lo que significaba tal acto, al poco rato bajé de la cerca para cumplir con el ‘mandao’.
Tiempo después, pude aquilatar tal evento suscitado en mi barrio, pues gracias al apoyo social con ese Plan de Emergencia o Plan de Obras Extraordinarias que desarrolló durante su gestión el vicealmirante Larrazábal -y quizás también haber él realizado sus primeros estudios en la ciudad de Maracaibo-, concretaron el proyecto que emprendieron aquellos connotados vecinos para que se construyera una escuela en el barrio. Pudiendo así, los niños que habitábamos y crecíamos en el barrio beneficiarnos -que por supuesto todavía siguen niños y niñas del barrio beneficiándose-, ya que al igual que muchos, hice mis estudios de primaria en el plantel educativo construido tras esa primera piedra colocada.
Primera piedra de la cual surgió el Grupo Escolar Nacional Barrio San José, mejor conocido por todos los habitantes del barrio y sectores aledaños como “Colegio del Barrio San José”. Identidad que por varias décadas correspondientes a la segunda mitad del centenar de los 1900, mantuvo, y que sin embargo pervive aún arraigada todavía en muchos de los que pasamos por ese segundo hogar donde se comenzaron a forjar caracteres e inculcar ideales. Cada vez que tenemos ocasión y oportunidad de referirnos a nuestra primera casa de estudio, el nombre que sale con cariño es el de “Colegio del Barrio San José”, a su vez evocando esos maestros y maestras que se entregaron a forjarnos con tesón, con ahínco, con amor, saltando de nuestra memoria Fanny de Boscán, Marta Chirinos, Ana de Ardín, que con su carácter maternal fueron nuestras segundas madres para educarnos e instruirnos.
Las generaciones que entraron a partir de 1990, se han graduado con propiedad con el nombre y apellido impuesto por una resolución ministerial como condición epónima de relevantes personalidades de nuestro acervo cultural. Por lo que, a partir de 1989, nuestro añorado y querido Colegio del Barrio San José fue rebautizado como Escuela Básica Nacional Neptalí Rincón Urdaneta. Lo de escuela básica nacional por la adecuación al nuevo sistema educativo que se había implementado, por lo que el G.E.N. Barrio San José caía en el subsistema que se denomina Educación Básica, con tres etapas metodológicas de recorrido pedagógico de tres años cada una para una duración de nueve años. En la práctica, unión de la primaria de seis años con los tres del ciclo básico de secundaria que conocíamos (1ro., 2do. y 3er. año de bachillerato). Y el nombre Neptalí Rincón Urdaneta, del afamado artista plástico nacido en Maracaibo, quien fue pintor, fotógrafo, dibujante y docente.
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